domingo, 8 de abril de 2012

EL TIEMPO BLANDO




27 de octubre de 1985. Plena era Reagan. Los neocon tomaron la fortaleza por asalto, y piensan quedarse por siempre. Basta de bleeding-heart liberals, basta de pacifismo hippie; se acabó el estado de bienestar, la asistencia social y toda esa mariconada. Celebremos el éxito, festejemos los triunfos y todos a pisotear a los que quedan en los caminos, porque la puta que vale la pena estar rico...

Sí, amigos, son los ochenta, los Greedy Eighties. El reino de la Material Girl, el "fin de la historia"; es que El Imperio contraataca, y va por su victoria final. La Guerra Fría se derrite en las montañas de Afganistán y en las selvas de América Central, en las cálidas playas de Grenada, y en la helada estratósfera de la Star Wars. Sí, el "Imperio del Mal" se está desmoronando, y el triunfo de la libertad se festeja al contado y a plazo fijo, con las sonrisas llenas de dientes de los grandes tiburones de Wall Street.

Esta era de ilusiones y bolsillos llenos está tan segura de que el futuro es suyo que no tardará en pensar que el pasado también lo será. Los hijos del flower power ajustan cuentas con sus padres. Geeks, freaks, nerds, héroes de los '60, protagonistas de los '70, almas sensibles, a ustedes también les ha llegado la hora.



Una época como los '80, en la que adquirió carta de ciudadanía planetaria un concepto equívoco como el de "postmodernismo", esta idea ambigua que supone tanto la superación de una etapa agotada como la su propia negación , está marcada por la reflexión sobre el tiempo. Como suele ocurrir en la historia con los nuevos comienzos, la mirada se vuelve al pasado inmediato, para marcar diferencias y recortes, y al un poco más lejano en busca de referencias de legitimidad.


Y este es el caso: los '80 se piensan como fundacionales, como restauradores, como enderezadores del camino perdido. En algún lugar del pasado, Estados Unidos perdió el rumbo, y es hora de recobrarlo. Habrá que remontarse a los Faboulous Fifties para encontrar otra época de similar optimismo, cuando el presente de la postguerra y el baby boom también hacían creer que los días por venir serían llenos de leche y miel.

Y allá vamos entonces: un puente entre los '50 y los '80, un salto sobre los años en los que "todo se echó a perder", un intento de desenredar el ovillo y rectificar el rumbo. Ahí vamos.

De vuelta al pasado.



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En los '80 el pasado será canibalizado, reciclado, degradado, disuelto. No es que se lo niegue, es que se le pierde el respeto. Las formas más populares del espectáculo de masas se harán cargo de esta tarea desacralizadora. No hay historia, no hay relatos, sólo estamos nosotros, aquí y ahora, y lo que pasó antes murió, old news, y sigamos bailando, que mañana es tarde, y quién sabe si estemos por acá.

Me gusta pensar en Volver al futuro como una de las películas que en las que mejor se refleja este clima de los eighties. No es la única, claro, pero además de ser una de las mejores, toma el tema de la autoconciencia epocal de la manera más apropiada para estos años de cultura pop y shopping-centers, riéndose, ironizando, tomándose todo el asunto en joda. Pero mientras tanto, desde luego, como corresponde a ese tipo de artefactos culturales, colando sus contenidos de manera mucho más efectiva, gracias a la aparente liviandad de su envase.

Porque Volver al futuro no es sólo el viaje del joven Marty McFly al pasado para corregir el carácter de su por entonces joven padre, el demasiado sensible, demasiado aparato, demasiado débil George McFly, hasta convertirlo en alguien apropiadamente ganador para su época. No sólo nos hace disfrutar con el bien merecido castigo al bully Biff Tannen, transformado al final del film en un loser que se arrastra ante los exitosos McFly. No es sólo el delicioso flirt incestuoso del adolescente Marty con su futura madre, la hormonal Lorraine, mucho más caliente de lo que a cualquier hijo le gustaría pensar de su progenitora. No es sólo Doc Brown y su perro Einstein, el baile "Enchantment Under the Sea", Marion Berry llamando excitado a su primo Chuck o el reloj deteniéndose a la caída de un rayo exactamente cuando debía..

Volver al futuro es todo eso, claro, pero además es una manera de pensar el tiempo. Una forma de ver la historia, una concepción del paso de los años, un manera de pensar al presente en relación al pasado. Es la expresión de la forma en que se pensaba una parte importante de la sociedad nortemericana, es un manifiesto generacional con el formato más idóneo para ese momento de la cultura pop: es un manifiesto blando, adictivo, gozoso, irresistible.



Presente imperfecto: mi papá es un loser



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Muchos antecedentes de las versiones cinematográficas sobre viajes en el tiempo pueden rastrearse en la literatura fantástica de los años '40 y '50, Los cuentos de Robert Heinlein, el prócer libertario de la ciencia ficción, y Ray Bradbury, son de los primeros en moldear un paisaje hecho a base de quiebres y pliegues del "continuo espacio-temporal", paradojas lógicas, portales en el tiempo, encuentros con distintas versiones de uno mismo y recursividades infinitas que se nos ha hecho familiar a base de incontables películas.

En Heinlein, los viajes en el tiempo para pelear contra quien termina siendo el mismo protagonista, que se convierte en aquello mismo contra lo que se propuso luchar ("By his Bootstraps", 1941), o incluso, hermafroditismo mediante, para tener relaciones consigo mismo, convirtiendo al hijo en su propio padre y su propia madre, además de sus respectivos amantes ("—All you, zombies—", 1958), sirven para explorar la construcción de la identidad personal y las fronteras del yo; por su parte, en Bradbury ilustra los efectos imprevisibles a largo plazo de los pequeños cambios en "El ruido de un trueno", de 1952: un safari para cazar dinosaurios en la prehistoria termina mal cuando un participante pisa accidentalmente una mariposa, lo que termina produciendo en el futuro consecuencias de largo alcance.

Pero desde luego, la popularización del género se dio de la mano de ese tesoro televisivo que fue La dimensión desconocida, la serie de Rod Serling que marcó a tantas generaciones y sigue proporcionando insumos a tantas y tantas adaptaciones actuales. Reciclando los temas de los cuentos de Heinlein, Bradbury, Asimov, Arthur C. Clarke y muchos otros, los guiones de La dimensión desconocida enlazaban las cauciones morales de las fábulas con la imaginación desbordante (y muchas veces paranoica) de la literatura popular de los '50, generando un clima pesadillesco donde los protagonistas sufren la extrañeza, el desinterés o directamente la hostilidad de sus semejantes.

No fue por azar que el episodio piloto de la serie, de 1958, se llamó justamente "The Time Element", y tratara un viejo tópico de los viajes en el tiempo de la literatura fantástica: un paciente se queja de pesadillas recurrentes en las que se encuentra en 1941, en Hawaii, la víspera del ataque japonés a Pearl Harbor. Más allá de aprovechar las ventajas del viajero en el tiempo apostando a los caballos ganadores (un elemento recurrente en estos relatos), el protagonista intenta repetidamente alertar sobre el inminente ataque para salvar la vida de los soldados, sólo para sufrir la indiferencia primero y la violencia después de quienes lo rodean, quienes lo toman por loco.


La angustia de no poder cambiar la historia
En 1961, otro episodio de La dimensión desconocida ("Back There") aborda el mismo tema, ahora con otro episodio de la historia de EE.UU. Después de discutir con un grupo de amigos acerca de las posibilidades lógicas de cambiar la historia viajando en el tiempo y las paradojas que esto conllevaría, Peter Corrigan se encuentra misteriosamente en vísperas del asesinato de Lincoln, el cual trata desesperada (e infructuosamente) de evitar. Sin embargo, su viaje no dejó de tener repercusiones en el tiempo: de vuelta a su época, Corrigan descubre que quien empezó el episodio como mozo es ahora millonario, consecuencia lejana de los intentos del protagonista por convencer a la policía del inminente asesinato.

En estos dos casos, como relata el locutor al final de "Back There", la moraleja es que el curso de la historia no puede modificarse, aunque "existen pequeños fragmentos del tapiz que sí pueden alterarse". A estos viajeros en el tiempo les ocurre aquí como una década más tarde les pasará a Tony y Douglas en El túnel del tiempo: condenados a presenciar eventos pero sin poder intervenir en ellos, comprueban a cada momento la resistencia de la madeja del tiempo a los intentos de los individuos para cambiarla.


Tony y Douglas: el pasado se mira pero no se toca


Un uso distinto del mismo recurso es el que aparece en otro capítulo, "Death's-Head Revisited", de 1961: un antiguo oficial que comandaba el campo de concentración en Dachau vuelve al lugar de sus crímenes, para terminar siendo el objeto del juicio de los espectros de sus víctimas, que estaban esperándolo. Sin ser estrictamente un viaje en el tiempo, el episodio vuelve sobre el tema de las relaciones entre pasado y presente, destacando la espesura de la trama temporal y el peso de la historia sobre los hombros de los contemporáneos. La imagen de la víctima del Holocausto confrontando al antiguo comandante del Lager sintetiza gráficamente las palabras con las que Serling cierra el capítulo: ante la pregunta de por qué dejar en pie las ruinas de los campos de concentración, se responde que todos son un recordatorio "de la época en que algunos hombres decidieron convertir a la tierra en un cementerio", y porque si lo olvidamos, si dejamos de sentirnos "asolados por sus recuerdos", entonces nosotros mismos nos convertiríamos en los sepultureros.


El pasado, recordatorio para el futuro


Pero más que para revisitar la "gran historia", el recurso al viaje al tiempo fue utilizado en La dimensión desconocida (y en la literatura del género) principalmente para ahondar en las profundidades de la formación de la subjetividad individual en la vida de las personas. Siendo el thriller psicológico un rasgo característico de la serie, el cruce de épocas sirvió en varios episodios para habilitar una especie de psicho trip por el cual se revisitaban distintos momentos de la vida de los protagonistas, cruzando biografía personal e historia colectiva.



El pasado revisitado: el reencuentro con la niñez perdida



Por ejemplo, en el episodio "Walking Distance" de La dimensión desconocida Martin Sloan vuelve al pueblo de su niñez, apropiadamente llamado "Homewood", una especie de Rosebud hecho de calesitas, sol de verano y fuentes de soda que parecen salidas de un cuadro de Norman Rockwell. Después de encontrarse consigo mismo como niño y de hablar con su padre en versión años '30, el malhumorado business-man termina aceptando la importancia de los verdaderos valores de la vida, que ha olvidado en su ruta al éxito. De vuelta a su época, una cojera (producto de un accidente que él mismo le ha infringido a su versión infantil) y la sabiduría aprendida son las marcas que le recordarán a Martin la jornada vivida.

(Dato significativo: el capítulo es de 1959, es decir prácticamente la misma fecha a la que es enviado su tocayo, Marty McFly. O sea que lo que en los '80 era un paraíso añorado, ya era por entonces un futuro que miraba a su propio pasado de mediados de los '30 como un mundo irremediablemente perdido).

Una interesante vuelta de tuerca que ironiza sobre el mismo motivo será el capítulo "The Trouble with Templeton", que invierte la mirada nostálgica al pasado con una simétrica valoración del presente. Mientras que en el caso de Martin Sloan era el olvido lo que le impedía disfrutar de la vida, en el caso del actor maduro Booth Templeton el peso excesivo de los recuerdos lo hace distorsionar un pasado idealizado, impidiéndole vivir su propio época. Pero si bien la moraleja nietzscheana es dejar atrás el tiempo transcurrido, esto no implica desconocer la importancia del pasado, si no respetarlo y no continuar habitándolo, sino otorgar a cada tiempo el lugar que le corresponde, desprendiéndose de las "mieles de la añoranza" como reclamaba el Borges ultraísta...


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No me parece un detalle menor que los protagonistas de los relatos de ciencia ficción o en los capítulos de La dimensión desconocida sean adultos, gente de por lo menos 30 años, personas con una carga de experiencia personal en sus espaldas que les permite calibrar el peso del tiempo y su relevancia para la vida. La reflexión histórica o la autorreflexión biográfica (o ambas a la vez) ocurren en estos casos a partir de cierta madurez, cierta conciencia del grado en que nuestro presente está impregnado de pasado. El olvido momentáneo de este dato termina siendo objeto de castigo aleccionador. No se juega con el tiempo, es la consigna.


Un buen ejemplo es Peggy Sue, su pasado la espera. Estrenada al año siguiente de Volver al futuro, la película de Coppola también aborda el tema del viaje en el tiempo, y en un período similar: una madura y desdichada ama de casa, que acaba de divorciarse de su pareja de toda la vida, despierta transportada a su juventud como estudiante de high school en los '60, novia de quien sería después su marido, y decide reescribir su historia y evitar repetir los errores cometidos. Sin embargo, como en el capítulo de La dimensión desconocida, la revisión de su pasado la lleva a verlo con nuevos ojos, y termina enamorándose nuevamente de su novio. Al volver al tiempo presente, Peggy Sue logra finalmente reconciliarse con su marido y con su vida presente y pasada, aceptando que después de todo, esa es su vida.


Peggy Sue: volver al pasado

En Terminator, de 1984, Sarah Connor es más joven que Peggy Sue, pero no es en absoluto una adolescente. Aquí, el presente no es el punto de partida de un viaje al pasado o al futuro, sino el destino de un viaje desde el futuro. Pero lo que podría pensarse como un Volver al futuro mirado a trasluz, narrando la historia desde el punto de vista de George en lugar del de Marty Mc Fly, es en realidad algo muy distinto. Porque en vez de buscar modificar el pasado para alterar su presente, la premisa de es su preservación: no se pretende evitar la "sublevación de las máquinas" (a diferencia con lo que ocurrirá con sus muy inferiores secuelas), si no salvar la vida por venir del futuro líder de la Resistencia, que quiere ser impedida por el Terminator asesinando a su futura madre.

Mientras las máquinas pretenden alterar el curso de la historia, Reese viaja para evitar este desenlace, para mantener inalterado el futuro, no para modificarlo. Pero como sabemos, al hacerlo lo termina generando: como en "La muerte y la brújula", como en las fábulas árabes, su viaje parece haber estado siempre previsto. La razón histórica mantiene su orden eterno gracias a los intentos de los hombres (y las máquinas) por desordenarla.


Terminator: el futuro fecunda al presente

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Si en Peggy Sue la protagonista del título se reconcilia con su madurez, después de intentar una imposible vuelta a la adolescencia, y en Terminator la joven Sarah se transforma aceleradamente en la prematuramente madura madre del líder de la resistencia, la historia es muy distinta con Marty McFly. Porque en Volver al futuro, como todos sabemos, el protagonista no es sólo un adolescente: es el adolescente por excelencia del cine moderno, el Mickey Rooney de esta generación, el eternamente joven Michael J. Fox.

Primer dato sintomático: la película comenzó a filmarse con el pelirrojo Eric Stolz, ante la imposibilidad de contar con Fox; con un mes de cinta grabada y millones de dólares ya invertidos, la producción se rindió a la evidencia: Stolz no daba el papel; era demasiado intenso, demasiado serio, demasiado "dramático". Fox, en cambio, era la cara perfecta para Marty McFly.

Segundo dato sintomático: lo que había impedido en primer lugar (y continuó complicando luego) la participación de Fox en el film era su papel estelar en la serie sensación de esos años en EE.UU., Lazos familiares. En ella, Fox era Alex Keaton, el hijo mayor y rebelde de una pareja de baby-boomers, demócratas, pacifistas, ex-hippies, progres, de clase media. La rebeldía de Alex, claro, es contra sus padres: es republicano, adora a Reagan, idolatra a Nixon, lee el Wall Street Journal, estudia economía y quiere ganar plata. ¿Suena familiar?

El Marty McFly de Volver al futuro no es el Alex Keaton de Lazos familiares, claro; pero ambos se sienten igualmente avergonzados por sus padres. Esa alcohólica Lorraine, frustrada como Peggy Sue, ese sometido George, siempre a merced de los caprichos de su supervisor Biff, son tan incómodos para Marty como los liberals Keaton para Alex. Visto así, el encuentro de Marty con el joven George en 1955 puede leerse como un ajuste de cuentas: el adolescente de los '80 reeduca al futuro hippie de los '60; "Calvin Klein" le enseña a su futuro padre cómo conseguir chicas.


Pasado y presente

(Es sabido que la anécdota disparadora del film tuvo lugar cuando el guionista Bob Gale encontró el anuario de la época de estudiante de su padre y descubrió que había sido el presidente de su clase, lo que lo llevó a preguntarse si hubieran sido amigos de haber estudiado juntos, habida cuenta de lo mal que le había caído a Gale el presidente de su propia clase. En el guión, sin embargo, la personalidad del padre-adolescente está muy lejos de ser como la del padre de Gale, y el problema no es que sea demasiado exitoso sino todo lo contrario).

La adolescencia del protagonista no es un detalle, sino que por el contrario condensa y da el tono a la película, que fue pensada de entrada como una comedia para teens (de hecho, fue ofrecida originalmente a la Disney, que la rechazó, razonablemente espantada por las insinuaciones edípicas). Todo es liviano en Volver al futuro, y esa es en gran parte la razón de su éxito. Nada se toma demasiado en serio, el viaje en el tiempo y las paradojas asociadas, el incesto, el sexo, etc., son excusa para el entretenimiento y no, como en La dimensión desconocida, material para reflexiones metafísicas o moralejas aleccionadoras.

Para una época como los '80, caracterizada como "la era del vacío", donde la palabra de orden es la liviandad, donde los Alex Keatons quieren deshacerse de la pesada solidez de las décadas politizadas de los '60 y '70, correspondía una lectura como esta. El tiempo de Volver al futuro es blando. Carece de la consistencia que le da la historia. Es un chicle que se puede masticar y estirar a voluntad, y luego de disfrutado, arrojar sin preocupaciones. Una década que terminará decretando el "fin de la historia", a costa de disolver los contornos ríspidos del tiempo en una elástica sustancia que se extiende blanduzca hacia atrás y hacia adelante, en un eterno presente sin relieve.

Curioso: el George McFly aparato, torpe, incapaz de ganarse por su cuenta a su chica, al intentar declararle su amor a la joven Lorraine, confunde las palabras, y en lugar de decirle "Soy tu destino", le espeta un "Soy tu densidad" que la deja perpleja. Mezclando la densidad del tiempo, la irreversibilidad de la historia y la inalterabilidad del destino, el dramatismo de sus palabras y lo concentrado de su expresión son más propios del chico sensible del pasado que del winner en el que se deberá convertir; más de un antihéroe de los '60 que del escritor exitoso en el que se convertirá en los '80. La densidad, es cosa de pasado...


"Soy tu densidad"

Volver el futuro es el triunfo de una forma de ver la historia. Es el pasaje del tiempo denso, irreversible, que inspira respeto y obliga a recordarlo, a la reversibilidad de un tiempo liviano, etéreo, reversible. Sí, el tiempo ya no es lo que era, y todo lo sólido se desvanece en el aire... Los McFly pueden así tener otra oportunidad, si algo salió mal en sus vidas se lo puede hacer de vuelta, hasta corregirlo. El pasado se moldea como plastilina, sus errores no arrastran sus efectos en el presente, porque es siempre pasible de ser intervenido.

Libre del peso de los grandes relatos, emancipado de la densidad de la historia, eterno joven para quien no pasa el tiempo, saltando de época en época, cruzando los pasitos de Chuck Berry con los solos de Eddie Van Halen, Marty McFly es una especie de Eternauta republicano, el héroe adolescente de una época adolescente que corrige pasado y futuro para hacerlos más parecidos a él mismo, a su tiempo. Suerte de Cronos invertido, en lugar de devorarse a sus hijos el tiempo blando coloniza el pasado. Como una versión teen y ligera del visitante de Teorema, ha marcado sexualmente a George y a Lorraine, y aunque no físicamente como en el cuento de Heinlein, simbólicamente él es su padre y su madre, él se engendra a sí mismo...

Tarea cumplida: el tiempo corregido

5 comentarios:

  1. Ay!! Lada Laika....Que recorrido, intrincado, complejo, controvertido.... que se convirtió en un paseo en el tiempo maravilloso. Gracias

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  2. Que Terminator II es inferior a la I...Te vuá matar culeao!!

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  3. Estimado Lada Laika, una gran nota. No nos olvidemos, en estas pampas, de Sherlock Time, esa primera colaboración entre los grandes Oesterheld y Breccia de 1958. Antecedente del otro gran viajero del tiempo criollo.
    Es interesante pensar cómo el boom de los ochenta yanqui llegó acá para mezclarse con la alegría de la recuparación democráctica. ¿No explicará ese cruce algo del menemismo?
    Por otro lado, si el DeLorean partiera ahora, en el 2012. ¿A qué década o año se dirigiría para corregir el rumbo?

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  4. Hablando de nostalgias del pasado, también Woody Allen se mete con el tema (Midnight in Paris). No es demasiado feliz –más bien peca de superficial y obvia–, pero juega con la idea de vivir otros tiempos y añorar el pasado, y ver cómo la gente del pasado añorado a su vez añora su pasado (por más que se vaya a filmar a Europa, en esta se le escapa lo yanqui y se zarpa de explícito y optimista...).
    Pero ya lo dijo el flaco: "yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor" ("Cantata de puentes amarillos", Artaud, 1973).
    Y para no dejar a Jorge afuera (parece que siempre tiene algo para decir), vale también recordar su "Nostalgia del presente" (creo que está en La cifra).

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  5. Ah, sí, las ironías del ya viejo Jorge:

    En aquel preciso momento el hombre se dijo:
    qué no daría por la dicha
    de estar a tu lado en Islandia
    bajo el gran día inmóvil
    y de compartir el ahora
    como se comparte la música
    o el sabor de una fruta.

    En aquel momento
    el hombre estaba junto a ella en Islandia


    Efectivamente, es de La Cifra, el primero de sus últimos libros, con poemas bañados de nostalgia y rememoraciones de amigos partidos o barrios cambiados. Basta recordar el nombre de uno, "Yesterdays", y su línea final: "Soy un espejo, un eco. El epitafio".

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